jueves, 21 de abril de 2011

¡LAS VENTANAS DE LOS CIELOS! (Dramatización de Malaquías 1:6-14; 3:6-12; Nehemías 10:35-39; 12:44-47; 13:4-13.)

 El cielo estaba encapotado y negro; nubes tempestuosas se cernían sobre los áridos montes de Judea. Un hombre descendía por entre la hierba alta y seca de una escabrosa ladera. De una soga llevaba a un burro bien cargado, y a su lado viajaba un jovencito con una cesta en la mano. El hombre era flaco, casi demacrado y, para protegerse del viento, agarraba fuertemente el burdo manto que lo envolvía. Tras bordear una gigantesca roca, divisaron en el valle ya oscurecido la silueta de un pueblecito. A la orilla del pueblo, se veía una serie de casitas de campo apiñadas.
          Momentos después, llegaron a la puerta de una humilde casita de adobe. Delante no se veía más que un par de árboles secos, cuyas ramas desnudas eran sacudidas por el viento. Dentro de la casa se oían voces. Amarrando el burro, el hombre descargó los pesados cestos que llevaba sobre sus lomos. Al entrar en la casucha, encontró a un grupo de personas de ropas andrajosas y a un joven levita que les leía un viejo y desgastado pergamino.
          Levantando la vista del texto y mirando a los visitantes, los saludó, “¡Malaquías! ¡Yojanán, chiquillo! ¡Qué grata sorpresa! ¿Qué es eso que traen?”
          Poniendo el cesto en el suelo, Malaquías lo saludó y respondió, “¡Granos, frutos, higos secos y una pierna de cordero! Y afuera hay más.”
          “¡Pero si tú ya habías traído tu diezmo hace algunas semanas!” contestó el levita.
          “¡Sí! ¡Esta es una ofrenda voluntaria aparte del diezmo!” contestó sonriente Malaquías. “Nos sobraba y se nos ocurrió que a ustedes tal vez les hacía falta.”
          “¿Hacernos falta! ¡Buen hombre! ¡Eres la respuesta a nuestras oraciones!” exclamó, al tiempo que él y su joven mujer salían para ayudar a entrar el resto de los víveres. “¡Ustedes son una de las pocas familias que contribuyen fielmente!”
          Fuera de la casa, el levita le susurró en tono grave a Malaquías, “¡En estos días, la mayoría de la gente da muy pocas ofrendas voluntarias! Y menos aún contribuye regularmente con el diezmo, o la décima parte de sus bienes. Cuando los pobres, las viudas, los huérfanos y los extraños acuden a mí, les ofrezco las pocas migajas que puedo; pero es una insignificancia. Al menos, todavía puedo leerles pasajes de la Palabra de Dios, y por eso vienen, a escucharla.”
          Malaquías aporreó la pared, y se dio la vuelta agitando la cabeza. “¡Con la excelente labor que estás realizando, Eleazar! ¡No es justo que la gente no te dé como Dios manda, cuando has consagrado tu vida al servicio del Señor y a ayudar a los demás! Vamos a ver, ¿somos o no el pueblo de Dios? Si es verdad que la gente ama a Dios, ¿por qué no da ofrendas a Sus siervos como se le ha mandado?”
          “Papá,” preguntó el pequeño Yojanán, “¿todo el mundo tiene que diezmar como nosotros?”
          “¡Sí, todo el mundo tiene ese deber!” respondió el padre. “El Señor bendice copiosamente a Su pueblo, le concede abundantes cosechas y lo protege a lo largo de todo el año; y en pago, El ha pedido que nosotros le demos nada más que la décima parte de todo el producto con que nos ha bendecido.”
          “El Señor ordenó: ‘Indefectiblemente diezmarás todo el producto que rindieren tus campos. Toda décima parte de la tierra es del Señor; es cosa dedicada al Señor” (Deuteronomio 14:22; Levítico 27:30).
          “Si es de Dios, entonces ¿por qué se lo damos a los levitas?” preguntó el chiquillo.
         Así es como se lo damos a Dios,” contestó Malaquías sonriendo a Eleazar. “Porque los levitas sirven de continuo a Dios, todos los días. Por eso el Señor dijo: ‘¡Yo he dado a los levitas todos los diezmos que entrega Israel por la obra y el servicio que me prestan!’ (Números 18:21,24) El Señor dijo además, ‘Ten cuidado de no desamparar al levita en todos tus días sobre la tierra.' (Deuteronomio 12:19)--Sin embargo, fíjate en el pobre Eleazar. Está esquelético. Lo que recibe a duras penas le alcanza para él y su mujer, ¡mucho menos para repartir entre otras personas!”
          “En realidad... nos las arreglamos para...”empezó a protestar Eleazar humildemente.”
          “¡Tonterías!” repuso Malaquías. “¿Cómo te es posible seguir sirviendo al Señor si Su pueblo no te ayuda contribuyendo como debiera? ¡Es nuestra obligación hacerlo! Como dijo Dios en Su Palabra, ‘¡Es la paga que se merecen ustedes por su trabajo!’” (Números 18:21). “Y a la hora de cobrar uno su paga, no le debería dar vergüenza, ¿verdad que no?”
          Eleazar miró fijamente a Malaquías y le dijo, “¡Qué ardor y devoción tienes tú por el Señor! Cualquiera creería que eres... esteee... ¡un profeta!”
          Malaquías se echó a reír. “Yo no soy más que un hombre que quiere hacer lo que es justo. Pero dime, me dirijo al templo de Jerusalén. ¿Habría algo en que te podría servir, algún favor, algo que te pueda conseguir allí?”
          “¡Sí, sí hay algo!” respondió Eleazar. “¿Me harías el favor de llevar mi diezmo hasta allá?”
          “¡Sí; cómo no!”
          Terminaron de introducir en la casa lo último que quedaba de los víveres. Su esposa entonces los seleccionó, separando una décima parte de todo lo que acababa de recibir, y esmerándose por apartar lo mejor de cada cosa. Colocaron todo en una pequeña cesta, lo cargaron en el lomo del burro y Malaquías y su hijo prosiguieron su camino por entre los cerros con destino a Jerusalén.
          “Papá, ¿por qué diezmaron ellos el obsequio que les hicimos?” preguntó Yojanán. “Con lo poco que tienen, hasta de eso dan el diezmo. ¿Por qué?”
          “Porque aun los siervos de Dios que se dedican exclusivamente a Su servicio tienen la obligación de diezmar” (Números 18:25-29) respondió Malaquías. “Así pues, como Eleazar y su mujer aman al Señor, ¡fielmente le obedecen y le dan su diezmo!”                           
          En cuestión de dos horas alcanzaron Jerusalén, y avanzando por entre las angostas callejuelas, llegaron al templo. En compañía de su hijo, Malaquías llevó el pequeño cesto a los depósitos del templo y se lo entregó al administrador, tras lo cual entró al edificio dirigiéndose al atrio interior. Allí le recibió un anciano de barbas blancas.
          “¡Mi señor, Esdras!” dijo Malaquías reverentemente. Y sacándose del cinto un bolso de monedas, añadió en voz baja, “Ahorré el dinero como le había prometido. Aquí lo tiene. Quiero que se destine al mantenimiento de los siervos del Señor que trabajan reproduciendo los manuscritos de Su Palabra.”
          “Gracias. ¡Que Dios te bendiga!” repuso el anciano. “¡Ay, si tan solo hubiera entre el pueblo del Señor más personas que dieran con la misma generosidad que tú! Mucho me temo, sin embargo, que en estos momentos no se podrán sacar copias de Su Palabra. Han sido tan escasas las donaciones y diezmos que nos resulta imposible mantener a los siervos del Señor que hacen falta para esa labor. Casi todos los mejores copistas que teníamos se han ido.”
          “¿Se han ido? ¿Adónde se han ido?”
          “La mayor parte se fueron a trabajar a los campos para poder ganarse el sustento y tener que comer,” repuso el anciano. (Nehemías 13:10)
          Exasperado, Malaquías respondió, “Pero cuando Nehemías estuvo aquí como gobernador de Judá, ¿no prometió acaso el pueblo que aportaría fielmente el diezmo y traería donativos para el mantenimiento de la Obra del Señor y Sus siervos?”
          Esdras contestó, “No solo eso, sino que firmaron una declaración escrita en la que se comprometían a no dejar de respaldar la Obra del Señor. No obstante en los años que han transcurrido desde que se fue Nehemías, el pueblo se olvidó de sus promesas. ¡De hecho, los depósitos se hallan prácticamente vacíos!” (Nehemías 10:28-29, 35-39)
          Con voz cansada, el anciano patriarca, dijo suspirando, “Y ahora si me disculpas, estoy muy cansado.” Mientras Esdras se retiraba hacia su aposento, Malaquías marchó tristemente hacia los atrios exteriores del Templo, escoltado por su hijo.
          “¿Cómo podremos reproducir la Palabra de Dios si el pueblo no apoya a los obreros del Señor?” preguntó a su hijito.
          Deteniéndose a pensar un momento, el pequeño Yojanán dijo, “A lo mejor tú debieras recordarle al pueblo que debe contribuir.”
          “¡Tal vez sí!” repuso Malaquías.
          Al llegar a los atrios exteriores donde se apiñaban las gentes, Malaquías vio a uno de los ricos nobles de Jerusalén que traía su diezmo. Malaquías miró las ofrendas que traía y rápidamente se dio cuenta de que aquello no era ni mucho menos la décima parte del producto de aquel hombre acaudalado. Al mirar más de cerca, casi no pudo dar crédito a sus ojos. La fruta era la peor de la cosecha: pequeña y comida de insectos.
          Vio a otros que traían bueyes y carneros para ser sacrificados. ¡Casi se le hiela el corazón al descubrir que la mayoría de los animales que llegaban estaban o ciegos o cojos o enfermos! En lugar de ofrecer lo mejor de sus rebaños y productos agrícolas en señal de gratitud al Señor por Su bendición, la gente trataba de burlar el mandato divino dando sus restos y desechos.
          Malaquías quedó inmóvil, y se le llenaron los ojos de lágrimas. De pronto el Espíritu del Señor descendió sobre él y de un salto, se colocó sobre las escalinatas del templo, exclamando a gran voz, “Así ha dicho el Señor: ‘Cuando traéis animales cojos o enfermos, y me los ofrecéis, ¿los habré de aceptar? ¡Id y ofrecedlos a vuestro gobernador! ¿Acaso él los aceptará? ¿Y quedará complacido?" (Malaquías 1:8)
          Volviéndose hacia aquel noble adinerado, Malaquías prosiguió, “El Señor ordenó a Su pueblo, ‘Trae todos los diezmos, y el levita, el huérfano y la viuda comerán y se saciarán; para que el Señor vuestro Dios te bendiga en todas las obras de tus manos" (Deuteronomio 14:28-29).
          Pero “¿cómo puedo yo diezmar?” se quejó un mercader gordo. “¡Porque además tengo que pagar impuestos al gobierno! ¡El tributo que doy al rey me absorbe todo el dinero que hubiera dado al Señor!”
          “¡La décima parte de tus productos pertenece a Dios!” gritó Malaquías. “¡Se la debes al Rey de reyes, y es preciso que pagues el diezmo aun antes que el ‘impuesto del rey’! Si pagaras primero el diezmo de Dios, El te bendeciría, y descubrirías que no solo tienes suficiente para pagar el impuesto, sino además de sobra para ti mismo!”
          “¿Pero cómo puedo dar yo?” protestó un granjero. “¡Las langostas y otras plagas devoraron mis cultivos y árboles frutales! ¡Escasamente me alcanza para dar de comer a mi familia! ¿Cómo puedo permitirme el lujo de darle la décima parte a Dios?
          “¿No te das cuenta?” repuso Malaquías. “¡Todos estos problemas te han venido precisamente porque no la has dado! Si honraras a Dios y pagaras tus diezmos, ¡El te bendeciría y evitaría que las plagas desolaran tus cultivos!” (Mal.3:11)
          La mayoría de la gente quedó visiblemente conmovida por estas palabras, pero otros todavía refunfuñaban dentro de sí. Qué fácil era para ellos recibir la bendición de Dios; sin embargo, al retener egoístamente y no pagar a Dios el 10% que le correspondía, no solo se estaban perdiendo las bendiciones divinas, sino que peor aún, ¡le estaban robando a Dios!
          Con lágrimas corriéndole por las mejillas, Malaquías profetizó, “Así ha dicho el Señor: ‘¿Robará el hombre a Dios? ¡Pues vosotros me robáis!’"
          “¿Robar a Dios!” replicó una noble y devota mujer. “¿En qué hemos robado a Dios?” (Malaquías 3:8)
          “¡En vuestros diezmos y ofrendas!” resonó entre la muchedumbre la respuesta del Señor. “¿Os extraña acaso que vuestra tierra esté sujeta a una maldición? ¿Por qué no gozáis de tantas bendiciones como podríais? Es porque me estáis robando. ¡Traed íntegramente los diezmos al alfolí (depósito), para que haya comida en Mi casa!” (Malaquías 3:9-10)
          Hermosos rayos dorados de sol asomaban por entre los nubarrones. Entonces, levantando sus brazos al cielo, Malaquías profetizó, “Probadme ahora en esto:’ dice el Señor, ‘probadme. ¡Dad vuestros diezmos y ofrendas, y mirad si no os abriré de golpe las ventanas de los Cielos y derramaré sobre vosotros tantas bendiciones que no tendréis lugar para almacenarlas!” (Malaquías 3:10)
          ¡Fue una bella promesa! Y varios de los presentes se echaron a llorar y resolvieron empezar a dar sus diezmos.
          No mucho tiempo después, Nehemías, gobernador de Judá, regresó. Al descubrir cuánto había sufrido la Obra del Señor en su ausencia, ¡dio ejemplo él mismo aportando su propio diezmo e instando públicamente a la gente a que hiciera lo mismo y participara en la manutención de los siervos del Señor! Entonces todo el pueblo de Judá comenzó a diezmar fielmente otra vez, ¡y Dios los bendijo con abundantes cosechas y sanos rebaños! (Nehemías 13:6-12). Y , ¿diezmas?

REFLEXION--¡Las Ventanas De Los Cielos!


          (1) Dios siempre ha bendecido a los que dan para El y Su Obra. Esta es Su ley económica fundamental: Si lo pones a El primero, El a cambio te bendice. Jesús prometió: "¡Da y se te dará!" (Lucas 6:38) Dios es así: ¡le encanta dar mucho más que tú, y nunca dejará que tú des más que El! ¡Cuanto más des, más te devolverá El! "Honra al Señor con tus bienes, y con las primicias de todos tus frutos. ¡Entonces serán llenos tus graneros con abundancia, y tus lagares rebosarán de mosto!" (Proverbios 3:9,10)
          Puede que Dios no siempre te recompense en dinero contante y sonante; ¡puede que a lo mejor te brinde protección y te salve de accidentes, de desgracias o de enfermedades graves que te habrían costado cien veces más de lo que diste! Pero sea como sea, ¡El te recompensará!
          (2) ¡El mensaje que Dios comunicó a través de Malaquías invitó al pueblo a poner a prueba Su promesa! El Señor dijo: "¡Probadme ahora en esto (diezmando, aportando la décima parte de tus ingresos) y mirad si no os abriré las ventanas de los . Cielos, y derramaré sobre vosotros una bendición tal que no tendréis lugar para almacenarla!" (Malaquías 3:10)
          Hay que tener fe para dar, porque al principio sólo ves lo que estás sacrificando. Te parece que te va a perjudicar y que vas a salir perdiendo; pero cuando das, como acto de simple fe, aprecio y gratitud por todo lo que el Señor ya te ha dado, ¡entonces el Señor te bendice aún más! Cuando de Dios y de Su obra se trata, es buen negocio dar para el Señor. Es una inversión segura, con una tasa de interés y unos dividendos más altos que los que pueda devengar ninguna otra.
          (3) Como los levitas de la antigüedad, nosotros también estamos sirviendo plena y activamente a Dios, y sin el respaldo económico de nuestros amigos y contribuidores, sencillamente no podríamos continuar nuestro ministerio. El propio Jesús tuvo benefactores que donaban para ayudarlo a él y a Su Obra (Lucas 8:1-3). Había personas de todas las profesiones y posiciones sociales que, si bien no eran como los discípulos activos que lo acompañaban en Su misión, colaboraron con lo que podían, satisfaciendo las necesidades físicas del Señor y de Sus discípulos a fin de que pudieran continuar su importantísimo ministerio espiritual.
          (4) El apóstol Pablo explicó: "Los levitas que trabajan en el templo obtienen sus alimentos del templo. Asimismo, los que predican el Evangelio deben recibir su sustento del Evangelio. Si entre vosotros hemos sembrado semillas espirituales, es lo más natural que de vosotros cosechemos bienes materiales" (1Corintios 9:7-14).                                                                   
          (5) ¡Cada uno de nuestros queridos amigos que patrocinan fielmente nuestra obra juega un papel vital en la divulgación del amor de Jesús por el mundo entero! ¡Cada donativo que nos envían para promover la campaña misionera que realizamos a escala mundial es una parte de su vida que se traslada a las misiones! ¡Es el producto de la sangre, sudor y lágrimas que con tantos esfuerzos han derramado por el Señor y Su Obra, y que trae como resultado la salvación de nada menos que millones de almas, vidas que son transformadas con el Amor y el poder de Dios!   
          ¿No quisieras que Dios abriera Sus ventanas y derramara bendiciones sobre tu vida, y descubrir la alegría de invertir en Su Obra? ¡De ser así, comunícate hoy mismo con nosotros! ¡Con mucho gusto te explicaremos cómo puedes hacer contribuciones regulares o diezmar todos los meses para participar en la mayor obra de la Tierra! ¡Y cosechar dividendos eternos en el Cielo por haber ayudado a otras almas solitarias a hallar la salvación en Jesús!                       

No hay comentarios:

Publicar un comentario