lunes, 25 de abril de 2011

¿Por qué sufrimos?

¿Por qué permite Dios que haya sufrimiento? ¿Será que no se conduele de nosotros?
     No te quepa duda: Dios se compadece infinitamente de nosotros. A Él le duele vernos padecer a consecuencia de nuestras malas decisiones, o de los yerros y desaciertos ajenos. La Biblia dice: «El Señor es, con los que lo honran, tan tierno como un padre con sus hijos; pues Él sabe bien de qué estamos hechos: sabe que somos polvo» (Salmo 103:13,14 (DHH)).
     Jesús también nos comprende y se compadece de nuestras debilidades, porque fue «tentado en todo según nuestra semejanza» (Hebreos 4:15). Él conoce bien lo que es sufrir. Padeció más que ninguno de nosotros cuando lo azotaron y lo crucificaron por los pecados del mundo.
     Además, en la Biblia Dios promete que un día acabará el sufrimiento para quienes lo amen. En el Cielo, «enjugará toda lágrima de [nuestros] ojos [...]; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas [pasarán]» (Apocalipsis 21:4).
     Entre tanto, no debemos olvidar que los disgustos y pesares pueden tener un efecto benéfico. Por ejemplo, en muchas ocasiones hacen que las personas se vuelvan más dulces y bondadosas. Los padecimientos, los sacrificios y las desdichas hacen aflorar las mejores cualidades —amor, ternura e interés por los demás— en quienes no permiten que esos trances los encallezcan o amarguen. La Biblia dice que consolamos a los demás «con la consolación con que nosotros mismos somos consolados por Dios» (2 Corintios 1:4 (RVA)). Quienes hemos descubierto el amor de Dios expresado en la figura de Jesús abrigamos un profundo deseo de dar a los demás las soluciones que hemos hallado, las cuales pueden aliviar su sufrimiento y ayudarles a resolver sus problemas.
     Si bien la lectura de la Palabra de Dios nos desvela muchas de las razones del sufrimiento, es probable que no lleguemos a descubrir todas las respuestas a ese eterno interrogante hasta que lleguemos al Cielo. Los caminos de Dios difieren de los nuestros. Hay cosas que sencillamente no entenderemos hasta que las veamos tal como las aprecia Él (Isaías 55:8,9).
     Cierta vez el Dr. Handley Moule (1841-1920) ilustró de modo muy gráfico ese principio al visitar una mina de carbón luego de una terrible explosión subterránea. En la entrada de la mina se había congregado una multitud de personas, entre ellas los familiares y seres queridos de los mineros atrapados.
     —Es muy difícil para nosotros —comentó— entender por qué permitió Dios que se produjera una tragedia tan terrible. Tengo en mi casa un viejo señalador de libros que me regaló mi madre. Es de seda bordada. Si observo el revés no veo más que hebras entrecruzadas que le dan aspecto de algo mal hecho. A primera vista se diría que fue confeccionado por un inexperto. Pero si le doy la vuelta aparece en hermosas letras bordadas la frase: «DIOS ES AMOR». Hoy abordamos esta tragedia por el revés. Algún día la veremos desde otro punto de vista. Entonces entenderemos.
     La Biblia también dice: «El llanto puede durar toda la noche, pero a la mañana vendrá el grito de alegría» (Salmo 30:5). Transcurrido un tiempo, nuestro sufrimiento se ve desde otra perspectiva. Mediante él adquirimos sabiduría y nos volvemos más compasivos con los que sufren.
     Aunque no siempre nos percatemos de ello enseguida, Dios siempre tiene un propósito y un designio para todo lo que permite que nos suceda. No tenemos más que confiar en Él, convencidos de que si hoy no comprendemos Sus motivos, ya los entenderemos más adelante. En cualquier caso, a pesar de nuestros escasos conocimientos y comprensión de algunas cosas, podemos tener la certeza de que Su amor no nos fallará.
     Pasaremos por momentos dolorosos —no hay duda—, pero gracias a Dios, no terminaremos desesperados ni desamparados. «Estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, [...] ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús» (Romanos 8:38,39).

jueves, 21 de abril de 2011

CAMBIA EL MUNDO


Cambia el mundo

 
     Allá por 1913, un joven de unos veinte años recorrió a pie la Provenza, región del sur de Francia. En aquel tiempo esa comarca
     estaba muy yerma y abandonada. Había quedado poco menos que devastada por la explotación forestal y agrícola desmedida. Por carecer de árboles que lo asentaran, el suelo había sido desgastado por las lluvias. Toda la zona se había tornado árida y estéril.
     Debido al mal estado del terreno ya no se cultivaba mucho allí. Los pueblos se hallaban en estado decadente y ruinoso, y casi todos los aldeanos se habían marchado. Hasta la fauna había emigrado ante la falta de árboles que casi había hecho desaparecer la maleza. Los recursos alimenticios eran escasos, y quedaban muy pocos arroyos.
     Una noche el muchacho llegó a la humilde cabaña de un pastor que, a pesar de sus canas y sus cincuenta y tantos años, se conservaba muy robusto. El joven se acogió a la hospitalidad de aquel amable pastor. Pernoctó allí y terminó quedándose varios días.
     Observó con curiosidad que cada noche su anfitrión pasaba varias horas a la luz de una lámpara clasificando diversos tipos de frutos secos, como bellotas, avellanas y castañas. Con gran concentración los examinaba, los iba colocando en hileras, los comparaba y separaba los que a su juicio estaban en mal estado y no servían. Terminada su tarea, guardaba en su morral los que había seleccionado.
     Por la mañana llevaba sus ovejas a pastar e iba sembrando por el camino. Daba unos pasos e, hincando con firmeza en el suelo la punta de su cayado, hacía un hueco. Dejaba caer en él una semilla y lo cubría de tierra con los pies. Luego daba unos pasos más, volvía a clavar su vara en el suelo y dejaba caer otra semilla. A lo largo del día recorría aquella comarca apacentando sus ovejas. Cada jornada recorría una zona diferente —todas ellas prácticamente despobladas de árboles— y a su paso sembraba bellotas, avellanas, castañas y nueces.
     El joven forastero observaba al pastor sin comprender qué se proponía. Finalmente le preguntó:
     —¿Qué hace?
     —Como verá, joven, siembro árboles
     —repuso el pastor.
     El muchacho volvió a inquirir:
     —Pero... ¿para qué? Esos árboles tardarán muchísimos años en crecer y serle de provecho. ¡Puede que ni viva para verlos!
     —Ya sé —respondió el pastor—, pero algún día le serán de provecho a alguien y contribuirán a devolverle a la tierra su fertilidad. Quizá no lo vea yo, pero sí mis hijos.
     El joven se maravilló de la previsión, el desinterés y la iniciativa que mostraba el pastor al preparar el terreno para generaciones venideras sin tener la menor certeza de que llegaría a ver o cosechar el fruto de su labor.
     Veinte años después, aquel excursionista —ya de cuarenta y tantos años— volvió a visitar la región. Quedó boquiabierto ante lo que vio: un extenso valle totalmente cubierto por un bellísimo bosque natural en el que prosperaban árboles de todas las variedades. Naturalmente, eran ejemplares jóvenes, pero árboles al fin y al cabo. El valle entero había revivido. La hierba había recobrado su verdor. La fauna volvía a poblar la zona, la maleza había crecido, el suelo había recuperado la humedad y los agricultores labraban nuevamente la tierra.
     El viajero sintió curiosidad por saber qué habría sido del anciano pastor, y se quedó sorprendido al descubrir que seguía vivo y fuerte como un roble. Aún residía en su cabañita, y no había abandonado su costumbre vespertina de clasificar frutos secos.
     El visitante se enteró además de que poco tiempo antes había llegado de París una comisión de parlamentarios para ver lo que a su juicio era un bosque natural que había surgido por milagro. Luego averiguaron que había sido obra de aquel solitario pastor, quien diariamente, año tras año, había sembrado bellotas, avellanas, castañas y otras semillas. Gracias a ello, todo el valle se había cubierto de un manto de vegetación y de hermosos árboles jóvenes. Tan impresionados quedaron los parlamentarios que a su regreso a la capital votaron en la Asamblea Nacional para que se le otorgara una pensión vitalicia en señal de agradecimiento por haber reforestado toda aquella región sin ayuda de nadie.
     El visitante manifestó su sorpresa por la transformación que se había producido: además de los magníficos árboles, había resurgido la agricultura, la fauna había retornado y la flora se veía exuberante. Las pequeñas granjas prosperaban y la actividad había vuelto a las aldeas. ¡Qué contraste con el cuadro de ruina y abandono que había visto veinte años antes!
     Gracias a la previsión, la diligencia, la paciencia, la abnegación y la constancia de un solo hombre, que perseveró haciendo lo que estaba a su alcance, la prosperidad había vuelto a aquella región.
     De modo que si a veces te sientes impotente al ver la situación en que se encuentra el mundo, ¡no te dejes vencer! Dicen que son los grandes imperios, los gobiernos, los ejércitos y las guerras los que producen alteraciones en el curso de la Historia y cambian la faz de la Tierra. De ahí que a veces nos deprimamos y pensemos que no somos nada o que nada podemos hacer. La situación nos parece irremediable y nos da la impresión de que una sola persona nada puede hacer para mejorar las cosas. Terminamos creyendo que ni vale la pena intentarlo, que de nada sirve malgastar esfuerzos.
     Pero como demostró al cabo de varios años aquel humilde pastor, ¡un solo hombre puede transformar el mundo! Tal vez no consigas cambiar el mundo entero, pero al menos puedes modificar el ámbito en que vives. ¿Por qué no empiezas por renovar tu propio corazón, tu mente, tu espíritu, tu vida, dando cabida a Jesús, leyendo Su Palabra y poniendo en práctica Sus principios? Por el solo hecho de cambiar tu vida, tu hogar, tu familia, habrás cambiado todo un universo, ¡el tuyo!
     Luego tú y tu familia pueden ayudar a hacer lo mismo por sus vecinos y amigos, sus compañeros de trabajo o de estudios, los comerciantes, las visitas y toda persona con quien traben relación cada día. Pueden hacer un esfuerzo por acercarse a un alma solitaria y necesitada de afecto, que busque la verdad, que ansíe sentir que alguien se interesa por ella, que busque algo sin saber a ciencia cierta qué es. Gente que busca afanosamente alcanzar la felicidad y llenar su alma vacía, yerma y sedienta por falta del agua de la Palabra de Dios y del cálido amor que Él nos brinda.
     Puedes empezar de forma individual, tú solo o con tu familia, sembrando cada día semillas de la verdad en este y en aquel corazón. Una forma de hacerlo es distribuir o recomendar publicaciones cristianas a las personas que conozcas, a fin de ayudarlas a entender la Palabra de Dios. Con paciencia, se puede implantar en un corazón vacío la verdad contenida en la Palabra de Dios y cubrirla con la calidez de Su amor. Luego no resta más que confiar en que el Espíritu Santo —el inefable sol del amor divino— y el agua de las Palabras de Dios produzcan el milagro de una vida nueva.
     Puede que al principio no parezca más que una diminuta yema, una ramita insignificante o un simple retoño. ¿Qué diferencia hace eso en una vasta extensión de tierra? ¿Qué es eso comparado con el inmenso bosque que hace falta? Pues bien, es el comienzo. Es el milagro de la gestación de una vida nueva que con el tiempo crecerá y florecerá hasta convertirse en un árbol majestuoso, grande y robusto. Quizás hasta dé origen a un mundo completamente nuevo. ¿Por qué no intentarlo?
     Si perseveras en ello —como el anciano pastor cuyos esfuerzos premió el gobierno—, un día de éstos, cuando llegue el momento de tu retribución, Dios te recompensará. Te dirá: "¡Bien, buen siervo y fiel! Sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu Señor." (Mateo 25:21.)
     ¡Sí puedes cambiar el mundo! Comienza hoy mismo. Transforma tu vida, la de tu familia, la de tu hogar, tus vecinos, tu ciudad. Transforma tu país. ¡Cambiemos el mundo!

CORAZON X CORAZON


Compartir el amor de Dios con los demás

 
      El corazón de los hombres es el mismo en todo el mundo, sea cual sea su nacionalidad, su origen, su raza y su credo. Sus angustias, pesares, pecados, dolores y temor a la muerte son los mismos. Sus anhelos, amores y necesidad de Dios y Su verdad, de alegría, felicidad y paz interior, han sido concebidos por el propio Dios y son iguales en todos los hombres del planeta.
      Aunque muchos ansían auténtico amor, en contadas ocasiones lo encuentran, y a veces nunca. Lamentablemente son muy pocas las personas de fe dispuestas a manifestar el amor de Dios. Como dijo Jesús: «La mies [quienes necesitan el amor de Dios] es mucha, mas los obreros pocos. Rogad, pues, al Señor de la mies, que envíe obreros a Su mies» (Mateo 9:37-38). ¿Responderás a Su llamado a la mies? ¿Darás a la gente ocasión de conocer íntimamente a Jesús y obtener un pasaje gratuito para el Cielo?
      Testificación es un término que emplean muchos cristianos para calificar el acto de hablar a los demás de Jesús y explicarles el plan de salvación trazado por Dios. Al igual que los niños se hacen adultos y engendran sus propios hijos, un hijo de Dios nacido de nuevo debe madurar a fin de engendrar hijos espirituales, es decir, otras almas salvadas para el reino de Dios. Esa es la labor más importante y satisfactoria que puede haber en el mundo: ayudar a los demás a hallar el amor y la salvación divinas a través de Jesús (v. Marcos 16:15).
      Puedes empezar conversando con tus amigos y familiares sobre la transformación que se ha operado en ti desde que pediste a Jesús que entrase en tu corazón y comenzaste a leer Su Palabra. Anímalos a aceptar también a Jesús y ayúdalos a descubrir las maravillosas verdades de Su Palabra. Y no olvides dar buen ejemplo del amor de Dios mostrándote comprensivo, amoroso y generoso con los demás, tanto con los conocidos como con los desconocidos. Dios te bendecirá, te inspirará y te recompensará grandemente por animarte a compartir Su amor con los demás y orientarlos para que descubran una nueva vida plena de dicha con Jesús.

¡LAS VENTANAS DE LOS CIELOS! (Dramatización de Malaquías 1:6-14; 3:6-12; Nehemías 10:35-39; 12:44-47; 13:4-13.)

 El cielo estaba encapotado y negro; nubes tempestuosas se cernían sobre los áridos montes de Judea. Un hombre descendía por entre la hierba alta y seca de una escabrosa ladera. De una soga llevaba a un burro bien cargado, y a su lado viajaba un jovencito con una cesta en la mano. El hombre era flaco, casi demacrado y, para protegerse del viento, agarraba fuertemente el burdo manto que lo envolvía. Tras bordear una gigantesca roca, divisaron en el valle ya oscurecido la silueta de un pueblecito. A la orilla del pueblo, se veía una serie de casitas de campo apiñadas.
          Momentos después, llegaron a la puerta de una humilde casita de adobe. Delante no se veía más que un par de árboles secos, cuyas ramas desnudas eran sacudidas por el viento. Dentro de la casa se oían voces. Amarrando el burro, el hombre descargó los pesados cestos que llevaba sobre sus lomos. Al entrar en la casucha, encontró a un grupo de personas de ropas andrajosas y a un joven levita que les leía un viejo y desgastado pergamino.
          Levantando la vista del texto y mirando a los visitantes, los saludó, “¡Malaquías! ¡Yojanán, chiquillo! ¡Qué grata sorpresa! ¿Qué es eso que traen?”
          Poniendo el cesto en el suelo, Malaquías lo saludó y respondió, “¡Granos, frutos, higos secos y una pierna de cordero! Y afuera hay más.”
          “¡Pero si tú ya habías traído tu diezmo hace algunas semanas!” contestó el levita.
          “¡Sí! ¡Esta es una ofrenda voluntaria aparte del diezmo!” contestó sonriente Malaquías. “Nos sobraba y se nos ocurrió que a ustedes tal vez les hacía falta.”
          “¿Hacernos falta! ¡Buen hombre! ¡Eres la respuesta a nuestras oraciones!” exclamó, al tiempo que él y su joven mujer salían para ayudar a entrar el resto de los víveres. “¡Ustedes son una de las pocas familias que contribuyen fielmente!”
          Fuera de la casa, el levita le susurró en tono grave a Malaquías, “¡En estos días, la mayoría de la gente da muy pocas ofrendas voluntarias! Y menos aún contribuye regularmente con el diezmo, o la décima parte de sus bienes. Cuando los pobres, las viudas, los huérfanos y los extraños acuden a mí, les ofrezco las pocas migajas que puedo; pero es una insignificancia. Al menos, todavía puedo leerles pasajes de la Palabra de Dios, y por eso vienen, a escucharla.”
          Malaquías aporreó la pared, y se dio la vuelta agitando la cabeza. “¡Con la excelente labor que estás realizando, Eleazar! ¡No es justo que la gente no te dé como Dios manda, cuando has consagrado tu vida al servicio del Señor y a ayudar a los demás! Vamos a ver, ¿somos o no el pueblo de Dios? Si es verdad que la gente ama a Dios, ¿por qué no da ofrendas a Sus siervos como se le ha mandado?”
          “Papá,” preguntó el pequeño Yojanán, “¿todo el mundo tiene que diezmar como nosotros?”
          “¡Sí, todo el mundo tiene ese deber!” respondió el padre. “El Señor bendice copiosamente a Su pueblo, le concede abundantes cosechas y lo protege a lo largo de todo el año; y en pago, El ha pedido que nosotros le demos nada más que la décima parte de todo el producto con que nos ha bendecido.”
          “El Señor ordenó: ‘Indefectiblemente diezmarás todo el producto que rindieren tus campos. Toda décima parte de la tierra es del Señor; es cosa dedicada al Señor” (Deuteronomio 14:22; Levítico 27:30).
          “Si es de Dios, entonces ¿por qué se lo damos a los levitas?” preguntó el chiquillo.
         Así es como se lo damos a Dios,” contestó Malaquías sonriendo a Eleazar. “Porque los levitas sirven de continuo a Dios, todos los días. Por eso el Señor dijo: ‘¡Yo he dado a los levitas todos los diezmos que entrega Israel por la obra y el servicio que me prestan!’ (Números 18:21,24) El Señor dijo además, ‘Ten cuidado de no desamparar al levita en todos tus días sobre la tierra.' (Deuteronomio 12:19)--Sin embargo, fíjate en el pobre Eleazar. Está esquelético. Lo que recibe a duras penas le alcanza para él y su mujer, ¡mucho menos para repartir entre otras personas!”
          “En realidad... nos las arreglamos para...”empezó a protestar Eleazar humildemente.”
          “¡Tonterías!” repuso Malaquías. “¿Cómo te es posible seguir sirviendo al Señor si Su pueblo no te ayuda contribuyendo como debiera? ¡Es nuestra obligación hacerlo! Como dijo Dios en Su Palabra, ‘¡Es la paga que se merecen ustedes por su trabajo!’” (Números 18:21). “Y a la hora de cobrar uno su paga, no le debería dar vergüenza, ¿verdad que no?”
          Eleazar miró fijamente a Malaquías y le dijo, “¡Qué ardor y devoción tienes tú por el Señor! Cualquiera creería que eres... esteee... ¡un profeta!”
          Malaquías se echó a reír. “Yo no soy más que un hombre que quiere hacer lo que es justo. Pero dime, me dirijo al templo de Jerusalén. ¿Habría algo en que te podría servir, algún favor, algo que te pueda conseguir allí?”
          “¡Sí, sí hay algo!” respondió Eleazar. “¿Me harías el favor de llevar mi diezmo hasta allá?”
          “¡Sí; cómo no!”
          Terminaron de introducir en la casa lo último que quedaba de los víveres. Su esposa entonces los seleccionó, separando una décima parte de todo lo que acababa de recibir, y esmerándose por apartar lo mejor de cada cosa. Colocaron todo en una pequeña cesta, lo cargaron en el lomo del burro y Malaquías y su hijo prosiguieron su camino por entre los cerros con destino a Jerusalén.
          “Papá, ¿por qué diezmaron ellos el obsequio que les hicimos?” preguntó Yojanán. “Con lo poco que tienen, hasta de eso dan el diezmo. ¿Por qué?”
          “Porque aun los siervos de Dios que se dedican exclusivamente a Su servicio tienen la obligación de diezmar” (Números 18:25-29) respondió Malaquías. “Así pues, como Eleazar y su mujer aman al Señor, ¡fielmente le obedecen y le dan su diezmo!”                           
          En cuestión de dos horas alcanzaron Jerusalén, y avanzando por entre las angostas callejuelas, llegaron al templo. En compañía de su hijo, Malaquías llevó el pequeño cesto a los depósitos del templo y se lo entregó al administrador, tras lo cual entró al edificio dirigiéndose al atrio interior. Allí le recibió un anciano de barbas blancas.
          “¡Mi señor, Esdras!” dijo Malaquías reverentemente. Y sacándose del cinto un bolso de monedas, añadió en voz baja, “Ahorré el dinero como le había prometido. Aquí lo tiene. Quiero que se destine al mantenimiento de los siervos del Señor que trabajan reproduciendo los manuscritos de Su Palabra.”
          “Gracias. ¡Que Dios te bendiga!” repuso el anciano. “¡Ay, si tan solo hubiera entre el pueblo del Señor más personas que dieran con la misma generosidad que tú! Mucho me temo, sin embargo, que en estos momentos no se podrán sacar copias de Su Palabra. Han sido tan escasas las donaciones y diezmos que nos resulta imposible mantener a los siervos del Señor que hacen falta para esa labor. Casi todos los mejores copistas que teníamos se han ido.”
          “¿Se han ido? ¿Adónde se han ido?”
          “La mayor parte se fueron a trabajar a los campos para poder ganarse el sustento y tener que comer,” repuso el anciano. (Nehemías 13:10)
          Exasperado, Malaquías respondió, “Pero cuando Nehemías estuvo aquí como gobernador de Judá, ¿no prometió acaso el pueblo que aportaría fielmente el diezmo y traería donativos para el mantenimiento de la Obra del Señor y Sus siervos?”
          Esdras contestó, “No solo eso, sino que firmaron una declaración escrita en la que se comprometían a no dejar de respaldar la Obra del Señor. No obstante en los años que han transcurrido desde que se fue Nehemías, el pueblo se olvidó de sus promesas. ¡De hecho, los depósitos se hallan prácticamente vacíos!” (Nehemías 10:28-29, 35-39)
          Con voz cansada, el anciano patriarca, dijo suspirando, “Y ahora si me disculpas, estoy muy cansado.” Mientras Esdras se retiraba hacia su aposento, Malaquías marchó tristemente hacia los atrios exteriores del Templo, escoltado por su hijo.
          “¿Cómo podremos reproducir la Palabra de Dios si el pueblo no apoya a los obreros del Señor?” preguntó a su hijito.
          Deteniéndose a pensar un momento, el pequeño Yojanán dijo, “A lo mejor tú debieras recordarle al pueblo que debe contribuir.”
          “¡Tal vez sí!” repuso Malaquías.
          Al llegar a los atrios exteriores donde se apiñaban las gentes, Malaquías vio a uno de los ricos nobles de Jerusalén que traía su diezmo. Malaquías miró las ofrendas que traía y rápidamente se dio cuenta de que aquello no era ni mucho menos la décima parte del producto de aquel hombre acaudalado. Al mirar más de cerca, casi no pudo dar crédito a sus ojos. La fruta era la peor de la cosecha: pequeña y comida de insectos.
          Vio a otros que traían bueyes y carneros para ser sacrificados. ¡Casi se le hiela el corazón al descubrir que la mayoría de los animales que llegaban estaban o ciegos o cojos o enfermos! En lugar de ofrecer lo mejor de sus rebaños y productos agrícolas en señal de gratitud al Señor por Su bendición, la gente trataba de burlar el mandato divino dando sus restos y desechos.
          Malaquías quedó inmóvil, y se le llenaron los ojos de lágrimas. De pronto el Espíritu del Señor descendió sobre él y de un salto, se colocó sobre las escalinatas del templo, exclamando a gran voz, “Así ha dicho el Señor: ‘Cuando traéis animales cojos o enfermos, y me los ofrecéis, ¿los habré de aceptar? ¡Id y ofrecedlos a vuestro gobernador! ¿Acaso él los aceptará? ¿Y quedará complacido?" (Malaquías 1:8)
          Volviéndose hacia aquel noble adinerado, Malaquías prosiguió, “El Señor ordenó a Su pueblo, ‘Trae todos los diezmos, y el levita, el huérfano y la viuda comerán y se saciarán; para que el Señor vuestro Dios te bendiga en todas las obras de tus manos" (Deuteronomio 14:28-29).
          Pero “¿cómo puedo yo diezmar?” se quejó un mercader gordo. “¡Porque además tengo que pagar impuestos al gobierno! ¡El tributo que doy al rey me absorbe todo el dinero que hubiera dado al Señor!”
          “¡La décima parte de tus productos pertenece a Dios!” gritó Malaquías. “¡Se la debes al Rey de reyes, y es preciso que pagues el diezmo aun antes que el ‘impuesto del rey’! Si pagaras primero el diezmo de Dios, El te bendeciría, y descubrirías que no solo tienes suficiente para pagar el impuesto, sino además de sobra para ti mismo!”
          “¿Pero cómo puedo dar yo?” protestó un granjero. “¡Las langostas y otras plagas devoraron mis cultivos y árboles frutales! ¡Escasamente me alcanza para dar de comer a mi familia! ¿Cómo puedo permitirme el lujo de darle la décima parte a Dios?
          “¿No te das cuenta?” repuso Malaquías. “¡Todos estos problemas te han venido precisamente porque no la has dado! Si honraras a Dios y pagaras tus diezmos, ¡El te bendeciría y evitaría que las plagas desolaran tus cultivos!” (Mal.3:11)
          La mayoría de la gente quedó visiblemente conmovida por estas palabras, pero otros todavía refunfuñaban dentro de sí. Qué fácil era para ellos recibir la bendición de Dios; sin embargo, al retener egoístamente y no pagar a Dios el 10% que le correspondía, no solo se estaban perdiendo las bendiciones divinas, sino que peor aún, ¡le estaban robando a Dios!
          Con lágrimas corriéndole por las mejillas, Malaquías profetizó, “Así ha dicho el Señor: ‘¿Robará el hombre a Dios? ¡Pues vosotros me robáis!’"
          “¿Robar a Dios!” replicó una noble y devota mujer. “¿En qué hemos robado a Dios?” (Malaquías 3:8)
          “¡En vuestros diezmos y ofrendas!” resonó entre la muchedumbre la respuesta del Señor. “¿Os extraña acaso que vuestra tierra esté sujeta a una maldición? ¿Por qué no gozáis de tantas bendiciones como podríais? Es porque me estáis robando. ¡Traed íntegramente los diezmos al alfolí (depósito), para que haya comida en Mi casa!” (Malaquías 3:9-10)
          Hermosos rayos dorados de sol asomaban por entre los nubarrones. Entonces, levantando sus brazos al cielo, Malaquías profetizó, “Probadme ahora en esto:’ dice el Señor, ‘probadme. ¡Dad vuestros diezmos y ofrendas, y mirad si no os abriré de golpe las ventanas de los Cielos y derramaré sobre vosotros tantas bendiciones que no tendréis lugar para almacenarlas!” (Malaquías 3:10)
          ¡Fue una bella promesa! Y varios de los presentes se echaron a llorar y resolvieron empezar a dar sus diezmos.
          No mucho tiempo después, Nehemías, gobernador de Judá, regresó. Al descubrir cuánto había sufrido la Obra del Señor en su ausencia, ¡dio ejemplo él mismo aportando su propio diezmo e instando públicamente a la gente a que hiciera lo mismo y participara en la manutención de los siervos del Señor! Entonces todo el pueblo de Judá comenzó a diezmar fielmente otra vez, ¡y Dios los bendijo con abundantes cosechas y sanos rebaños! (Nehemías 13:6-12). Y , ¿diezmas?

REFLEXION--¡Las Ventanas De Los Cielos!


          (1) Dios siempre ha bendecido a los que dan para El y Su Obra. Esta es Su ley económica fundamental: Si lo pones a El primero, El a cambio te bendice. Jesús prometió: "¡Da y se te dará!" (Lucas 6:38) Dios es así: ¡le encanta dar mucho más que tú, y nunca dejará que tú des más que El! ¡Cuanto más des, más te devolverá El! "Honra al Señor con tus bienes, y con las primicias de todos tus frutos. ¡Entonces serán llenos tus graneros con abundancia, y tus lagares rebosarán de mosto!" (Proverbios 3:9,10)
          Puede que Dios no siempre te recompense en dinero contante y sonante; ¡puede que a lo mejor te brinde protección y te salve de accidentes, de desgracias o de enfermedades graves que te habrían costado cien veces más de lo que diste! Pero sea como sea, ¡El te recompensará!
          (2) ¡El mensaje que Dios comunicó a través de Malaquías invitó al pueblo a poner a prueba Su promesa! El Señor dijo: "¡Probadme ahora en esto (diezmando, aportando la décima parte de tus ingresos) y mirad si no os abriré las ventanas de los . Cielos, y derramaré sobre vosotros una bendición tal que no tendréis lugar para almacenarla!" (Malaquías 3:10)
          Hay que tener fe para dar, porque al principio sólo ves lo que estás sacrificando. Te parece que te va a perjudicar y que vas a salir perdiendo; pero cuando das, como acto de simple fe, aprecio y gratitud por todo lo que el Señor ya te ha dado, ¡entonces el Señor te bendice aún más! Cuando de Dios y de Su obra se trata, es buen negocio dar para el Señor. Es una inversión segura, con una tasa de interés y unos dividendos más altos que los que pueda devengar ninguna otra.
          (3) Como los levitas de la antigüedad, nosotros también estamos sirviendo plena y activamente a Dios, y sin el respaldo económico de nuestros amigos y contribuidores, sencillamente no podríamos continuar nuestro ministerio. El propio Jesús tuvo benefactores que donaban para ayudarlo a él y a Su Obra (Lucas 8:1-3). Había personas de todas las profesiones y posiciones sociales que, si bien no eran como los discípulos activos que lo acompañaban en Su misión, colaboraron con lo que podían, satisfaciendo las necesidades físicas del Señor y de Sus discípulos a fin de que pudieran continuar su importantísimo ministerio espiritual.
          (4) El apóstol Pablo explicó: "Los levitas que trabajan en el templo obtienen sus alimentos del templo. Asimismo, los que predican el Evangelio deben recibir su sustento del Evangelio. Si entre vosotros hemos sembrado semillas espirituales, es lo más natural que de vosotros cosechemos bienes materiales" (1Corintios 9:7-14).                                                                   
          (5) ¡Cada uno de nuestros queridos amigos que patrocinan fielmente nuestra obra juega un papel vital en la divulgación del amor de Jesús por el mundo entero! ¡Cada donativo que nos envían para promover la campaña misionera que realizamos a escala mundial es una parte de su vida que se traslada a las misiones! ¡Es el producto de la sangre, sudor y lágrimas que con tantos esfuerzos han derramado por el Señor y Su Obra, y que trae como resultado la salvación de nada menos que millones de almas, vidas que son transformadas con el Amor y el poder de Dios!   
          ¿No quisieras que Dios abriera Sus ventanas y derramara bendiciones sobre tu vida, y descubrir la alegría de invertir en Su Obra? ¡De ser así, comunícate hoy mismo con nosotros! ¡Con mucho gusto te explicaremos cómo puedes hacer contribuciones regulares o diezmar todos los meses para participar en la mayor obra de la Tierra! ¡Y cosechar dividendos eternos en el Cielo por haber ayudado a otras almas solitarias a hallar la salvación en Jesús!                       

¡LAS VENTAJAS DEL DAR!

                La siguiente anécdota sobre W. L. Douglas, un fabricante de zapatos que alcanzó fama por todo Estados Unidos, sucedió en sus primeros años, cuando pasaba penurias. Llevaba tanto tiempo desempleado que ya no le quedaba más que un dólar. No obstante, dio la mitad -cincuenta centavos- a la colecta de su iglesia. A la mañana siguiente oyó hablar de una vacante de trabajo en una ciudad cercana. El boleto de ferrocarril hasta dicha ciudad costaba un dólar. Todo parecía indicar que hubiera debido quedarse con aquellos 50 centavos. Sin embargo, con el medio dólar que le quedaba compró un boleto hasta un lugar situado a medio camino de la ciudad a la que deseaba llegar. Se apeó del tren y se dispuso a llegar a pie a su destino.                No había recorrido una cuadra cuando oyó hablar de una fábrica del lugar en la que estaban contratando obreros. En cuestión de media hora había conseguido un empleo cuyo sueldo semanal le dejaba cinco dólares más de los que habría ganado si hubiera ido hasta la siguiente ciudad.
                Iba a gastarme parte de mi diezmo en unos zapatos, pensando que podría reponer dicha cuantía antes del final del mes. Pero luego me dije: “¡Ese dinero es del Señor! Ni siquiera es mío. Los zapatos tendrán que esperar a otro día.” Así pues, más allá me encontré en la calle el equivalente a 30 dólares, que me alcanzaba para los zapatos y por supuesto también para darle al Señor el 10% correspondiente. ¡Cuando uno obedece, sale ganando!
----------------------------------------
                Una buena forma de analizar cómo administramos nuestros fondos: no consiste en contar cuánto de nuestro dinero damos a Dios, sino cuánto dinero de Dios nos guardamos.
               El cristiano que comienza a diezmar queda maravillado…
            (1) Con la cantidad de dinero de que dispone para la obra del Señor.
            (2) Con la profundidad que cobra su vida espiritual al dar su diezmo.
            (3) Con lo fácil que le resulta cumplir con sus propias obligaciones haciendo uso de los nueve décimos restantes.
            (4) Con la facilidad con que puede pasar de aportar un décimo a dar un porcentaje más alto.
            (5) Con la preparación que ello le da para administrar fiel y sabiamente los nueve décimos restantes.
            (6) ¡Consigo mismo, por no haber adoptado antes el plan!
----------------------------------------
               El éxito en la vida debiera determinarse no tanto por lo que acumulamos, sino por lo que contribuimos.
----------------------------------------
                Quien practica el don de la generosidad, va acumulando un tesoro. Los regalos y donativos son inversiones.
               A. Hyde, empresario millonario, ¡dijo que empezó a diezmar cuando tenía deudas por cien mil dólares! Muchos dicen que, estando endeudado, les pareció injusto dar a Dios una décima parte de sus ingresos. ¡El Sr. Hyde compartía esa idea hasta que un día de pronto cayó en la cuenta de que Dios era su Primer Acreedor! Entonces comenzó a pagar primero a Dios, y bien todo lo que debía a sus otros acreedores. Si alguien te debe dinero, ¡una buena táctica comercial sería animarle a pagar primero la deuda que tiene con Dios!
----------------------------------------
                Cuando llegamos a esta ciudad latinoamericana para iniciar nuestra labor misionera, había aquí otra familia misionera a la espera de que le llegara cierto dinero de Estados Unidos para marcharse más al sur.
            Pasaba el tiempo y no les llegaba el dinero, de modo que oramos y decidimos ayudarles. Necesitaban doscientos dólares, lo cual era aproximadamente una tercera parte de los fondos con que contábamos. Pero al orar, recibimos los versículos Hechos 2:44,45 y Lucas 6:38, de modo que les dimos el dinero.
           Al día siguiente nos llegó por correo un cheque por cuatro mil dólares. Era una herencia de la cual no estábamos enterados. El cheque se había perdido en el correo un año atrás, y el banco había descubierto que nadie lo había cobrado. ¡Qué gran cumplimiento de las promesas de Dios, además de la ayuda que esto nos significó para poder dar inicio a nuestra labor misionera en Sudamérica!
-------------------------------------------
           En una ocasión en que el Sr. La Guardia, antiguo alcalde de Nueva York, presidía un tribunal, le trajeron a un anciano tembloroso acusado de haber robado un pan. Dijo que su familia no tenía qué comer.
            --Pues no me queda más remedio que castigarlo --dijo el Sr. La Guardia--. La ley no hace excepciones, y lo menos que puedo hacer es ponerle una multa de diez dólares.
            Luego agregó, poniéndose la mano en el bolsillo:
            --Aquí tiene los diez dólares para pagar la multa. Y ahora se la perdono.
            Poniendo el billete de diez dólares en su enorme sombrero, dijo:
            --Es más: voy a poner a cada uno de los presentes una multa de 50 centavos por vivir en una ciudad donde un hombre se ve forzado a robar pan para poder comer. Sr. Bailiff, tenga la bondad de cobrar las multas y déselo todo al acusado.
            Pasaron el sombrero, y aquel anciano incrédulo salió de la sala del tribunal con el rostro iluminado y cuarenta y siete dólares con cincuenta centavos.
            Cierto hombre soñó una vez que Dios le decía: «Ya he decidido cuánto ganarás por semana. Veré cuánto Me das semanalmente, y luego te daré exactamente diez veces esa cantidad».
            Da conforme a tus ingresos, no sea que Dios te dé tus ingresos conforme a lo que das.
            En el siglo IV, San Agustín dijo en un sermón sobre la siega: «Nuestros antepasados vivían en la abundancia porque le daban a Dios el diezmo y al César su tributo. Pero ahora, debido a la manera en que ha disminuido nuestra devoción, ha aumentado la imposición de impuestos. No estamos dispuestos a compartir con Dios, y ahora, he aquí, un recaudador de impuestos pasa a cobrar lo que Dios no recibe de nosotros».
          El dinero mide a los hombres. Mide su capacidad y su consagración. En algunos casos el dinero maneja a los hombres. Se convierten en sus esclavos. En otros casos, el dinero multiplica a los hombres. Gracias al dinero que donan dichos hombres, muchos misioneros han llevado el Evangelio a todos los continentes, ¡y millares de personas han podido conocer el Amor y la felicidad que da Jesús!
            Cierta noche en que yo había predicado, al finalizar el servicio se me acercó un hombre elegantemente vestido y me dijo:
            --Dr. Smith, ¡le debo todo lo que poseo en esta vida!
            Lo miré atónito. Entonces me contó su historia:
            --Estaba en la ruina --comenzó--. Había perdido mi empleo. Mi esposa y mis dos hijas me habían abandonado. Tenía la ropa andrajosa. Un día entré por casualidad al local donde celebraba Ud. una asamblea, y dijo Ud. las cosas más asombrosas que había escuchado en mi vida. Decía: «Es imposible dar más que Dios. Dad y se os dará. ¡Arreglen cuentas con Dios y El arreglará las cuentas con ustedes!» Me quedé a escuchar. Con el fin de poner a prueba su sinceridad --continuó--, llené una de sus tarjetas, en la que me comprometía a darle a Dios cierto porcentaje de todo lo que El me diera a mí. Claro que me resultaba muy fácil comprometerme, ya que no tenía ni un centavo. Para mi sorpresa, pocas horas más tarde conseguí trabajo. Al recibir mi primer sueldo, envié el dinero que había prometido. Poco después me dieron un aumento. Entonces contribuí más. Al poco tiempo tenía un traje nuevo. A su tiempo conseguí un empleo mejor. Luego, mi esposa y mis hijas retornaron a mi lado. Seguí dando. Llegó el día en que había saldado ya todas mis deudas. Ahora --exclamó--, tengo casa propia y una buena cuenta bancaria. Todo eso se lo debo a Ud. He comprobado que tenía Ud. razón. Descubrí que Dios nunca falta a Su Palabra.
            El cristiano puede ver su dinero desde dos puntos de vista distintos: «¿Qué parte de mi dinero usaré para Dios?» o «¿Qué parte del dinero de Dios usaré para
            Cierta señora muy acaudalada, que se había convertido al cristianismo a una edad avanzada, caminaba una vez por las calles de su ciudad, acompañada por su nieta. En ese momento se les acercó un mendigo. La anciana escuchó sus lamentos y luego, introduciendo la mano en su cartera, sacó medio dólar y se lo puso en la palma de la mano. Al llegar a la esquina se encontró con una mujer del Ejército de Salvación, y echó un dólar en su alcancía. Mientras lo hacía, su nieta, que observaba atentamente, le dijo:
            --Abuela, debes de haber perdido mucho desde que te volviste cristiana, ¿no es así?
            --Así es --respondió la anciana--. He perdido mucho. Perdí mi mal carácter, mi costumbre de criticar a los demás, mi tendencia a perder el tiempo en frívolas reuniones sociales y placeres sin sentido. También perdí mi espíritu de avaricia y egoísmo. Como ves, he perdido mucho.
            Si no regalas una cosa que Dios quiere que des, dejas de poseerla, y ella te posee a ti.
            El diezmo no debe ser el tope de nuestras donaciones, sino el escalón a partir del cual comenzamos a dar.

¡JESÚS ESTÁ PRIMERO!

             ¡Los hijos de Dios, los que le aman y creen en su Hijo Jesús, son la Esposa de Cristo, la esposa de Jesús! (Ver Apocalipsis 19:7,8.) ¡Cuando invitaste a Jesús a entrar en tu vida, entró en tu corazón espiritualmente del mismo modo que un esposo entra en su esposa en su noche de bodas, y se hicieron uno solo!
             «Siendo nosotros aún pecadores, Cristo murió por nosotros... ¡para que seamos casados con Otro, el que resucitó de los muertos (Jesús)!» (Romanos 5:8;7:4) Todos estábamos perdidos en nuestros pecados antes de que Jesús nos encontrara y rescatara por amor. «Y pasé otra vez junto a ti, y te miré, y he aquí que tu tiempo era tiempo de amores; y extendí mi manto sobre ti y cubrí tu desnudez; y te di juramento y entré en pacto contigo, dice Dios el Señor, y fuiste mía.» (Ezequiel 16:8) «Como el gozo del esposo con la esposa, así se gozará contigo el Dios tuyo. (Isaías 62:5) ¡Cuánto amor! Con razón dice en 1a de Juan 4:19: «Nosotros le amamos a El porque El nos amó primero.» (Ver también Efesios 5:23-32, que habla del matrimonio de Cristo con nosotros, que somos su Iglesia.)
             Pero lamentablemente, así como el amor vibrante, vivo, ardiente y sensual en que nacen muchos matrimonios se enfría al cabo de un tiempo hasta que la relación se convierte en una formalidad rutinaria, sucede también a veces con los cristianos, la Esposa de Cristo. Se olvidan de cuánto ha hecho el Señor por ellos, y el amor tan maravilloso que sintieron por El en un principio va apagándose poco a poco. Puede que hayan empezado con un amor ardiente por Jesús, dispuestos a hacer lo que sea por El, pero después de un tiempo su fuego y fervor se enfrían y la relación se vuelve fría, formalista y frígida.
             ¡Imagínate cómo debe de dolerle a Jesús! ¡Le duele del mismo modo que te dolería a ti si estuvieras fervientemente enamorado de tu esposa o tu marido y no te correspondiera ese amor, sino que empezara a interesarse por otras cosas y otros amantes a los que les diera el lugar primordial en sus vidas y las amara más que a ti!
            No sólo eso: ¡a Jesús no sólo le duele, sino que lo pone celoso! «¡Porque Yo el Señor tu Dios soy un Dios celoso, y no tendré dioses ajenos delante de !» (Deuteronomio 5:7,9) Los celos de Dios por nuestro amor no son egoístas, sino que está celoso por nuestro bien, porque sabe que la única manera de que encontremos sentido, felicidad y satisfacción en la vida es darle la máxima importancia a nuestro amor por El! El apóstol Pablo dijo: «Os celo con celo de Dios, pues os he prometido a un solo Esposo, para presentaros como una virgen pura a Cristo!» (2a a los Corintios 11:2)
            Además, el Señor está celoso por las almas perdidas, porque sabe que únicamente dándole a El el primer lugar en nuestras vidas tendremos las fuerzas y la convicción para querer ayudar a otras personas a encontrarle! ¡Sabe que no seremos cristianos fuertes y satisfechos si nuestro corazón no le pertenece totalmente!
             Entonces, ¿qué medidas podemos tomar, no sólo para poner a Jesús primero en nuestras vidas, sino también para mantenerlo en ese lugar? Una manera es con nuestro servicio diario a El. ¡Consulta con el Señor en oración sobre cualquier cosa antes de hacerla, y comprueba que eso es lo que El quiere que hagas! Encontrarás que ese principio se aplica hasta a tu trabajo de cada día. Cuando nos encontramos apremiados por terminar una tarea en un plazo determinado, muchas veces tenemos la tentación de desplazar al Señor de nuestra vida y concentrarnos exclusivamente en nuestro trabajo. Todos lo hemos hecho en alguna que otra ocasión, ¡pero la solución no es ni mucho menos dejar al Señor para el final!
             ¡Dios ha bendecido y hecho prosperar a muchos grandes hombres de negocios cristianos porque pusieron a Jesús primero en las decisiones que tenían que tomar todos los días! El célebre industrial multimillonario Robert G. LeTourneau cuenta la siguiente anécdota sobre cuando estaba empezando en el mundo de los negocios al frente de una fábrica pequeña: «Una noche, tenía que diseñar una máquina nueva para que una cuadrilla de hombres que había contratado pudiera construirla a la mañana siguiente. Pero aquella misma noche me invitaron a testificar con unos jóvenes amigos cristianos. ¡El Señor y yo tuvimos un conflicto tremendo mientras yo trataba de decidir qué hacer!»
             «¡Aunque no entendía cómo iba a poder hacer los planos para la mañana siguiente, fui con los jóvenes, y fue muy fructífero y alentador! Regresé a las 10, y hasta esa hora no se me había ocurrido ninguna idea para la máquina, ¡pero me senté ante la mesa de dibujo y en cosa de cinco minutos el bosquejo y el plan estaban clarísimos! ¡No sólo eso, la máquina que diseñé aquella noche ha sido la pieza clave de todo lo que he construido desde entonces! ¡Vale la pena poner a Dios primero
           Otro cristiano famoso que siempre dio el primer lugar a Dios en sus decisiones de cada día fue William Gladstone, que fue primer ministro del Reino Unido en tres ocasiones y uno de los dirigentes políticos ingleses más conocidos del siglo XIX. ¡Se cuenta que todos los días, mientras subía la escalinata del Parlamento, se detenía a testificarle a un muchacho vendedor de periódicos hablándole del amor de Jesús!
           Pero un día, cuando entraba al Parlamento acompañado de su secretario, otro chiquillo vendedor de periódicos se le acercó corriendo y exclamó: «Señor ministro, ¿recuerda al muchacho que le vende aquí el periódico todos los días? Ayer lo atropelló un carruaje y está gravemente herido. Se va a morir, y quiere que usted vaya para hacerle entrar.» El ministro le preguntó: «¿Qué quieres decir con eso de 'hacerle entrar'?» El muchacho le respondió: «¡Hacerle entrar en el Cielo, claro!»
           Pero su secretario protestó: «¡No, nada de eso, no tiene tiempo de ver a un vendedor de periódicos moribundo! ¡Sabe lo importante que es el discurso que tiene que pronunciar hoy! ¡Podría alterar el rumbo de la historia de Inglaterra!»
           Gladstone vaciló por un momento, y dijo: «¡Un alma inmortal vale más que mi discurso en el Parlamento!» Y se dirigió a la buhardilla donde se encontraba el muchacho agonizante con el cuerpo destrozado, en una estera en un rincón. ¡Con lágrimas rodándole por las mejillas, Gladstone rezó con el chiquillo para que recibiera a Jesús! El chiquillo, alzando los ojos al rostro del gran hombre, dijo en voz baja: «Sabía que vendría. ¡Gracias por hacerme entrar!» ¡Y cerrando los ojos, se fue con Jesús!
           ¡Una hora o dos más tarde, Gladstone estaba de regreso en el Parlamento, donde se había desatado un debate muy candente! ¡Llegaba tarde, y poco le faltó para perder su turno para hablar, pero pudo hablar! ¡Y lo hizo con mucha elocuencia! ¡Y ganó el debate! Después, su secretario le dijo: «Señor ministro, ¿cómo se pudo tomar la molestia de ir a ver a ese vendedor de periódicos arriesgándose a perder su turno para pronunciar un discurso tan importante?»
           Gladstone respondió: «El discurso de hoy era algo muy bueno y muy importante, ¡pero que ese chiquillo se salvara y fuera al Cielo era mejor y más importante! ¡Dios sabía que yo iba a poder volver a tiempo para el discurso! ¡Me estaba probando para ver si ponía las cosas de El primero!» ¡Qué ejemplo tan magnífico de una escala de valores debida!
           Sin embargo, los grandes cristianos no son simplemente grandes por su servicio a Dios, sino por su comunión y relación estrecha con El. Cuanto más le conocen, más se vuelven como El. ¡Desafortunadamente, uno de los errores más comunes de muchos cristianos es enfrascarse tanto trabajando para el Señor que descuidan al Señor del trabajo! Como resultado, pierden el rumbo y sus fuerzas para trabajar para El, porque tratan de hacerlo por su cuenta, sin el poder de El. Jesús dice: «Sin Mí no podéis hacer nada!» (Juan 15:5) ¡Sin el poder del Maestro, no puedes trabajar para El! ¡Y para tenerlo, debes pasar tiempo con el Maestro!

           Aunque la hora era avanzada esta mañana,
                cuando vieron tus ojos la luz,
                ¿te detuviste a aguardar la bendición divina
                conversando un rato con Jesús?
                ¿Le agradeciste su misericordia,
                que toda la noche te había guardado,
                que no te sucedió mal alguno
                ni las lágrimas tus ojos han empañado?

                ¿Le pediste la bendición
                de su presencia todo el día,
                y para que no te descarríes,
                que te diera dirección y guía?
                ¿Le dijiste que gustoso
                irías adonde El mandara,
                e intentarías cumplir sus mandatos
                ayudando a toda alma necesitada?

                Si al iniciar un nuevo día
                prescindes de las bendiciones,
                por seguro te fallarán las fuerzas,
                y caerás y tendrás tropezones.
                Vive al lado del Maestro.
                ¡Pues si a El no estás muy unido,
                las Palabras de Amor que El susurra
                no podrán llegar a tu oído!

          ¡A veces estamos tan ocupados sirviendo al Señor que nos olvidamos de amarle! Dios aprecia el servicio que le prestas y lo necesita, ¡pero también quiere que le prestes atención, le adores y tengas una comunicación íntima con El! La Biblia nos recuerda: «Esto era necesario hacer, sin dejar de hacer aquello.» (Mateo 23:23)
          ¿Recuerdas la historia de María y Marta? Cuando Jesús fue a visitarlas, María «sentándose a los pies de Jesús oía su Palabra. Pero Marta se preocupaba con muchos quehaceres.» ¡Estaba tan abrumada y atareada tratando de hacerlo todo bien para el Señor que no tenía tiempo para escucharle! Jesús la reprendió con suavidad diciéndole: «Marta, Marta, estás afanada y preocupada con muchas cosas. Pero sólo una cosa es necesaria; ¡y María ha escogido la buena parte, la cual no le será quitada!» (Lucas 10:39-42)
           Aunque tu servicio de testificar y convertir a otros a Jesús es muy importante, el tiempo que pasas con Jesús es más importante todavía, y si pasas ese tiempo a solas con El, verás con sorpresa que tienes tiempo de sobra para todas las demás cosas que tienes que hacer, y que podrás hacerlas aún más rápido y en menos tiempo.
           Un día en que a Martín Lutero y su colega Melancthon les esperaba una jornada especialmente fatigosa y atareada, Melancthon propuso que redujeran a la mitad el tiempo que pasaban orando al comienzo del día. Lutero se negó en redondo e insistió que en vez de sus dos horas habituales de oración, ese día tendrían que pasar cuatro en presencia del Señor, ya que tenían tanto que hacer!
           ¡Descuidar tu comunión con el Rey de reyes puede ser desastroso para tu vida espiritual y tu relación con el Señor! ¡Dios no cabe en un segundo lugar, ni aun cuando el primero sea para el servicio a El! «¡No tendrás dioses ajenos delante de Mí!» (Exodo 20:3) ¡Y por raro que parezca, si pones alguna cosa antes que el Señor, ésta se habrá convertido en tu dios!
           ¡Es decir, que darle a Jesús el primer lugar en nuestras vidas, no sólo supone poner primero el servicio a El ganando corazones y vidas para El, sino también poner primero su Palabra en nuestras vidas! ¡Es más, la Biblia dice que Jesús es la Palabra! «En el principio era el Verbo (la Palabra), y aquel Verbo fue hecho carne.» (Juan 1:14) No sólo eso; Jesús dijo: «¡Las Palabras que Yo os he hablado son Espíritu y son Vida!» (Juan 6:63)
           ¡La Palabra de Dios es alimento para tu alma, y es totalmente esencial para tu desarrollo espiritual! ¡Si no dedicas tiempo a darte un banquete con las Palabras de Jesús, tu alma se va a morir literalmente de hambre! ¡Terminarás como un niño retrasado y desnutrido, como un enano espiritual! Y hasta tu servicio a dios estará falto de poder y de fruto.
           ¡Además, debemos poner primero a Jesús con la oración! ¿Dedicas un buen rato cada mañana a orar solo o con tu familia para imprescindible hacerlo, porque si no las cosas no salen bien! ¡Nada más despertarte, antes de llamar a nadie ni hablar con nadie, habla primero con Jesús! ¡Escucha las órdenes que El te quiere dar para el día! ¡Si no, sería como un soldado que quisiera librar una batalla por su cuenta y riesgo sin escuchar las órdenes del cuartel general, sin seguir los planes de su Comandante en jefe! Jesús, nuestro Comandante celestial, puede resolver muchos de tus problemas aun antes de que comience el día si lo pones primero a El, oras y escuchas lo que te quiere decir por medio de su Palabra!
           Sin una buena dosis diaria de la Palabra y la oración, irás por ahí sin fuerzas, tropezando al guiarte por tu propio entendimiento y fuerzas. Jesús dice: "Sin no podéis hacer nada." (Juan 15:5) Pero por otro lado, la Biblia dice: "Todo lo puedo en Cristo que me fortalece!" (Filipenses 4:13) ¡Esa fortaleza se adquiere al poner a Jesús primero con la oración y la lectura de la Palabra de Dios!
           Entonces, ¿ocupan Jesús, su Palabra y la oración la escala de prioridad que deben en tu vida? ¿Les concedes el primer lugar? ¿O dejas que otras cosas desplacen a Dios y su Palabra a un segundo, tercer lugar o más abajo aún? ¡Si es así toda tu vida estará desequilibrada, y el único resultado será discordancia, desorganización y confusión! ¡Exactamente como lo que estamos viendo a una escala gigantesca en el mundo actual, que está al borde del desastre porque el hombre está al borde del desastre porque el hombre no ha querido concederle a Dios el primer lugar! ¡O prácticamente ningún lugar en su vida!
           ¡Otra forma de poner primero a Jesús es contribuyendo y diezmando lo que ganamos cada mes para mantener la obra de Dios! (Ver "Dar a Dios", pág. 594, y "Las ventanas de los Cielos", pág. 764.) Una de las infalibles leyes económicas de Dios es diezmar. ¡Si lo pones a El primero pagando tu diezmo completo para su obra, Dios te bendecirá y verás que tienes de sobra para pagar el resto de tus facturas! El dice: "¡Dad y se os dará!" (Lucas 6:38)
           ¡Abundan las anécdotas de grandes hombres de negocios cristianos a los que Dios bendijo e hizo prosperar porque pusieron primero a Jesús, no sólo en su corazón y vida, sino también en el pago de sus facturas! ¡Sabían que antes de pagar ninguna otra cuenta, el diezmo de Dios tenía prioridad!
          A.A. Hyde, fabricante multimillonario dijo que había empezado a diezmar cuando debía 100.000 dólares! Muchos hombres han dicho que les parecía deshonesto darle a Dios la décima parte de sus ingresos mientras debían dinero. El Sr. Hyde decía que un día cayó de pronto en la cuenta de que su acreedor más importante era Dios. Entonces comenzó a pagarle a Dios primero, y al final terminó por pagarles todo lo que les debía a sus demás acreedores. ¡Si alguien te debe dinero, sería un método prudente de tu parte en tus negocios animarlo a pagar primero la deuda que tiene para con Dios!
           John D. Rockefeller senior, uno de los más grandes filántropos de todos los tiempos, dijo en cierta ocasión: "Si, diezmo, y me gustaría explicar cómo empecé a hacerlo. Siendo muy pequeño, tuve que ponerme a trabajar para mantener a mi madre. Mi primer sueldo era de 1,50 dólares semanales. ¡Después de una semana de trabajo, llevé el dólar cincuenta a casa y mi madre, poniendo el dinero en su regazo, me explicó que se alegraría mucho de que yo le entregara al Señor la décima parte!"
           "¡Lo hice, y desde aquella semana hasta este día he diezmado todo dólar que me ha confiado Dios! Y me gustaría decir que si no hubiera diezmado aquel primer dólar, no habría diezmado el primer millón de dólares que gané. ¡Dígale a sus lectores que les enseñen a sus hijos a diezmar, y Dios nunca dejará de bendecirlos y hacerlos prosperar!"
           ¡A lo largo de su vida, Rockefeller donó más de 700 millones de dólares a causas cristianas y caritativas, tres veces más que ningún otro!
           ¡R.G. Letourneau, al que mencionamos más arriba, diezmaba también generosamente! Cierta vez que estaba a punto de arruinarse en los negocios, oró muy fervientemente diciendo: "¡Señor, te prometo comenzar a diezmarte regularmente el 10% de mis ingresos si salvas mi negocio y haces que reciba un pedido importante para salir a flote!" ¡Y el siguiente pedido que recibió fue de 100.000 dólares! ¡Poco después, empezó a diezmar el 20%! ¡Y comprobó que cuanto más le daba a Dios, más le devolvía Dios a él! ¡20 años más tarde, estaba donando el 90% de sus ingresos a las misiones, y él y su familia vivían del 10% restante! ¡Y seguía siendo multimillonario! Si le ponemos a El primero diezmando fielmente, Dios dice en su Palabra: "¡Abriré las ventanas de los cielos y derramaré bendición hasta que sobreabunde!" (Malaquías 3:10) ¡Vale la pena poner a Jesús primero!
           ¡Jesús debe ocupar el lugar primordial en todos los aspectos de nuestras vidas! El dijo: "Buscad primeramente el Reino de Dios y su justicia y todas esas cosas os serán añadidas." (Mateo 6:33) "Buscar primeramente" quiere decir darle a Jesús el lugar primero y principal en nuestras vidas, por encima de todo lo demás! ¡Quiere decir trabajar por Jesús y por los demás más que por uno mismo! ¡Más que por dinero, más que por placer, más que por salud, más que para el gobierno, más que por ninguna otra cosa!
           Entonces, si le das a Jesús el primer lugar en tu vida, y les das a El y su obra la máxima prioridad, proveerá sin falta lo que necesites: comida, ropa, casa. ¡Hasta te puede confiar otras cosas para que las disfrutes si sabe que no eclipsarán, distraerán ni se interpondrán en ninguna forma en tu relación con El! ¡Gracias a Dios que no es pecado disfrutar de las relaciones sexuales, la comida, diversas formas de entretenimiento o nuestro trabajo, así como de todos los demás placeres tan sensacionales que Dios ha creado para que los disfrutemos con los sentidos! ¡Pero tenemos que tener cuidado para no dejas que ellos ocupen el primer lugar en nuestras vidas disfrutándolos más de lo que disfrutamos al Señor!
           ¿Qué escala de valores tienes ? ¿Buscas el Reino de Dios primeramente y por encima de todo? ¿Ganas almas y promueves el Evangelio? O, ¿contribuyes con tu trabajo a facilitar ayuda económica o de otro tipo, casas, oportunidades, o protección de las autoridades para que otros puedan hacerlo? "¡Sólo hay una vida, pronto pasará! ¡Sólo lo hecho por Cristo perdurará!" ¿Qué estas haciendo ? ¿Para quién? ¿Durará para siempre? ¡Jesús viene pronto! ¡Esta es tu última oportunidad, mañana ya no la tendrás!
           ¡Deja que Jesús sea tu primer Amor y manténlo siempre en ese lugar! ¡Nunca saldrás perdiendo si buscas primeramente el Reino!